16 jun 2016

La paz de la noche

Una noche de otoño, sintiendo el sublime y misterioso perfume de un té de jazmín. Contemplando la Luna en un viaje sin destino, besándome con el susurro del viento que acaricia mis mejillas.
Media raíz de jengibre a un costado, había estado tosiendo la noche anterior...
Desde el balcón en el tercer piso veo la pequeña inmensidad de la ciudad. Las luces de cada ventana que se niegan a gritar el fin del día, trabajadores cansados buscando el abrazo de su familia, jóvenes extasiados por la vida en busca de recuerdos. Otros, estudiantes que salen de una jornada agotadora mirando casi con recelo a un grupo de adolescentes dispuestos a comenzar ahora su día. A lo lejos se escucha una sirena, un patrullero, ¿o una ambulancia?, siempre confundo la respuesta al llamado de estos héroes.
Cerrando los ojos el paisaje cambia por completo. El rápido golpear de las ruedas en el asfalto, el chocar de las pocas hojas que quedan en los arboles rozándose entre sí creando una melodía única, y el crujir de aquellas que perdieron su lugar. Todo es tan profundo que creo poder perderme en el cielo y sentir el nacimiento de las nuevas estrellas. Como si estuviese atentando a la privacidad de la noche.
El teléfono suena y me exalto como quien despierta de un sueño. Dudo un instante en atender por mostrarse como número desconocido. Una dulce voz comunica ser parte de una empresa de telefonía buscando tentarme con un supuesto mejor servicio. Me niego quizá por chiquilin, como si fuese un acto de rebeldía por cortar mi trance con la noche.
Tomo un sorbo de té y ya comenzaba a perder su calor. Era hora de entrar y dejar en paz a la noche.

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