Era como una noche cualquiera, donde el único fiel compañero era una taza del mas refinado té de la ciudad, preparado con delicada pureza a la misma hora de siempre, cuando las campanas de la iglesia sonaron anunciando que solo faltaba media hora para finalizar el día.
Era como una noche cualquiera, eso hubiese deseado, hasta que la noche se hizo mas profunda y mi té no estaba más junto a mi.
El caos que se sentía fuera de las cuatro paredes en las que me encontraba era tan intenso que no podría expresarlo con ningún idioma de este mundo, y solo había cuatro paredes. Ninguna ventana. Ninguna puerta. Ya nada.
De alguna manera todo se sentía tan familiar y calmo, como un acusado que confiesa un crimen pero que no se sabe como ocurrió. Tenia frente a mi el final pero no entendía el comienzo y por sobre todo, no sabia donde estaba, pero a la vez lo sabia todo.
Aquello era el surco, el surco entre un corazón roto y uno vivaz. El surco entre el amigo perdido y el encontrado. El surco entre la razón y la locura de comprender para que uno esta parado donde esta, rodeado de cuatro paredes, sin ventanas para ver el origen del caos, ni puertas para salir a combatirlo.
Cerré los ojos y pude escuchar voces que me alentaban, palabras que encendían un fuego que no sabrían apagar, recuerdos brillantes de una vida que dudaba ser la mía pero que ahí me tenían como el actor principal.
Y el sonido de las campanas me obligaron a abrir los ojos, anunciaban las 23:30, era hora de preparar el té.
No hay comentarios:
Publicar un comentario